EL DUELO

HACER EL DUELO

Podemos diferenciar tres posibilidades en relación a la pérdida de un objeto de amor. El duelo normal, el duelo patológico o complicado y por último, el duelo imposible. Toda neurosis desencadenada puede ser pensada como un duelo complicado y toda psicosis se asienta en un duelo imposible de realizar. Pero cuando hablamos de "hacer el duelo" normal y dejar ir al objeto amado (que puede ser una persona o un ideal) nos damos cuenta que también encierra un margen de locura. La primera reacción ante una pérdida aunque sea nimia es: "no puede ser", "no lo puedo creer". Y es esta negación inicial que se plantea en todo duelo la que muestra la veta loca del ser humano. Claro que una mínima dosis de locura es inevitable por tratarse de seres hablantes y sexuados, y tenemos noticia de esta condición humana gracias al amor, que también en sus inicios implica la negación de toda falla y toda diferencia con el objeto en cuestión.
¿Qué características tiene que tener el objeto perdido para reclamar un duelo?. Según Freud, este objeto debe ser importante para el yo, la relación con ese objeto tiene que estar "reforzada por miles de lazos". Estos puntos en donde uno está enlazado al otro son afectados por el trabajo del duelo, ya que deben ser recorridos pieza por pieza, detalle por detalle, repasando lo vivido, lo escuchado, lo visto, lo sentido. Se realiza el camino inverso tratando de sacarle al objeto todas las cosas que fueron depositadas en él (desasimiento de la investidura libidinal). Este recorrido a través del recuerdo demanda un gran gasto de energía y se va realizando muy lentamente. Lo distintivo del duelo es que el sujeto debe perder no solo el objeto sino también  una parte suya.
En el duelo, la relación con el objeto es vista como desde afuera, como en una película que se padece tristemente. Contribuyen al trabajo del duelo todas las huellas que el objeto ha dejado, perfume, fotos, letra…el objeto amado deja marcas. Recién cuando el duelo finaliza podemos mirar o crear otra película, volver a apasionarnos o interesarnos por el mundo exterior.
Pero puede que surjan complicaciones en el proceso del duelo, detenido en el trayecto, el sujeto queda amarrado a los rasgos del objeto perdido que no termina de perderse. En estos casos se encuentran serias dificultades para soltar lo que debemos soltar y esto trae consecuencias que invaden la vida del que queda.  El sujeto tiene la impresión de que el tiempo no pasa, de que todos los días son iguales. Por esta razón, si la situación se prolonga en el tiempo puede desencadenar depresiones en lugar de tristeza. Los duelos complicados pueden darse en relación a etapas de la vida o ideales que tenemos. Lo perjudicial en estos casos es que el sujeto no puede avanzar, pasar a otra cosa: sea de la niñez a la adolescencia, de estudiante a egresado, de hijo a padre, o de tener una pareja a tener otra.
Otra de las posibilidades es que la realización del duelo resulte imposible. En estos casos el sujeto no llega a comenzar el trabajo del duelo y las pérdidas son vividas como agujeros reales que no pueden inscribirse. Una forma restitutiva que encontramos en las psicosis es el delirio. En este caso, es imposible anotar las pérdidas, y como no se anotan, aparecen  en forma alucinatoria. Para no ser aplastados por los objetos perdidos es necesario poder simbolizar las pérdidas con imágenes y palabras.
Tal como plantea J. Derrida, ante la pérdida del objeto tenemos dos caminos: la infidelidad o la locura. Podemos recordar al objeto y ser infieles por dejarlo ir o podemos alucinarlo y conservar la fidelidad.
Respecto a las psicosis, J. Lacan llega a decir que lo que limita la libertad del hombre es la locura. Es así que cuando la fidelidad  a lo perdido nos encierra,  la infidelidad nos libera.
En muchos casos el enlutado emprende el camino de la locura, se marcha con el objeto perdido teniendo la ilusión de reencontrarlo. Siendo fiel hasta la muerte ya no hay esclavitud ni dolor, pero tampoco hay libertad. Reconocernos como mortales hace que las pérdidas puedan ser vividas de otra manera, aceptar que somos seres finitos nos permite disfrutar de infinitos placeres, tolerar la ausencia nos hace atesorar la presencia y enriquecernos con ella. Si fuéramos eternos, ¿cómo podríamos ser libres de amar tan intensamente?.


Psic. Elena Bouchot Gamas
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