El Arbol Generoso
Leyendo el Libro "Del Sexo a la Superconciencia" de Osho, me encontré un cuento "El Arbol Generoso" de Shel Silverstein, en lo particular me gustó mucho, sobre todo, me hizo meditar acerca del amor. Por ello, quiero compartirlo con ustedes esperando que lo disfruten tanto como yo lo hice, ahà va textual como viene en el libro....
"Erase una vez un árbol venerable y majestuoso, con ramas que se alzaban hacial el cielo. Cuando florecÃa, llegaban mariposas de todos los colores, formas y tamaños, y revoloteaban a su alrededor. Cuando daba fruto, llegaban hasta él aves de tierras lejanas. Las ramas eran como brazos extendidos a los vientos y era maravilloso.
HabÃa un niño que iba a jugar debajo del árbol todos los dÃas, y el gran árbol se enamoró del niño. Los ancianos, los grandes, también pueden enamorarse de los pequeños, de los jóvenes, si los grandes no se obsesionan con la idea de su grandeza. El árbol no tenÃa esa idea de ser grande -sólo los seres humanos la tienen- y se enamoró del niño. El "ego" siempre intenta enamorarse de lo que es más grande que él; pero para el amor nadie es grande ni pequeño. El amor acoge ensus brazos a quienquiera que esté cerca.
El árbol empezó a amar al niño que iba a jugar debajo de él. TenÃa las ramas altas, pero las doblaba y las bajaba para que el niño pudiera coger los frutos. El amor siempre está dispuesto a inclinarse. Si te aproximas al "ego", se estirará hacia arriba aún más, se tensará de tal modo que no puedas alcanzarlo. Se considera pequeño a quien es alcanzable. Al inalcanzable, al que ocupa el trono del poder, se le considera grande.
El niño se acercaba a jugar y el árbol doblaba sus ramas. Cuando el niño cogÃa unos frutos, el árbol se sentÃa inmensamente felÃz y todo su ser se llenaba del júbilo del amor. El amor es feliz cuando puede dar algo; el "ego" es feliz cuando puede tomar algo.
El niño creció. A veces dormÃa en el regazo del árbol, comÃa de sus frutos, y otras veces se ponÃa una guirnalda hecha con las flores del árbol y actuaba como un rey de la junga. Una persona es como u rey cuando existen las flores del amor, pero se empobrece y entristece cuando lo que está presente son las espinas del "ego". El ver al chico con una guirnalda de flores, bailando, inundaba de alegrÃa al árbol. AsentÃa, colmado de amor, y cantaba en medio de la brisa. El chico siguió creciendo. Empezó a encaramarse al árbol para columpiarse en sus ramas. El árbol se sentÃa muy feliz cuando el chico se sentaba en sus ramas. El amor es feliz cuando proporciona comodidad y consuelo a alguien; el "ego" solo es feliz cuando arrebata la comodidad y el consuelo de alguien.
Con el paso del tiempo, al chico le sobrevino la carga de otros deberes. Surgieron las ambiciones, tenÃa que presentarse a exámenes, tenÃa que hacer amigos, y dejó de ir todos los dÃas junto al árbol. Pero el árbol le esperaba ansiosamente. Le llamaba desde las profundidades de su alma: "Ven. Ven. Estoy esperándote". El amor siempre espera la llegada del amado. El amor solo tiene una tristeza: no poder compartir. El amor es triste cuando no puede dar. El amor es feliz cuando puede compartir. Y su felicidad llega al culmen cuando puede darlo todo.
El chico siguió haciéndose mayor y cada vez iba con menos frecuencia junto al árbol. Cualquiera que se hace más grande en el mundo de las ambiciones encuentra cada dÃa menos tiempo para el amor. El chico se habÃa hecho ambicioso y estaba atrapado en asuntos mundanos: "¿Un árbol? ¿Qué árbol? ¿Por qué tendrÃa que ir a verlo?".
Un dÃa que pasaba por allÃ, el árbol le gritó:
- ¡Escúcha! -Su voz resonó en el aire- . ¡Escúchame! Estoy esperándote, pero no vienes. Te espero todos los dÃas.
El chico replicó:
-¿Qué tienes tú para que acuda a ti? Lo que yo busco es dinero. -El "ego" siempre busca algo-. ¿Qué tienes que ofrecerme para que acuda a ti? IrÃa si tuvieras algo que ofrecerme. en otro caso, no peo para qé deberÃa hacerlo.
El "ego" siempre tiene un motivo, un objetivo. El amor no tiene motivos ni objetivos. El amor es su propia recompensa.
Sobresaltado, el árbol dijo:
-¿Solo vendrÃas a mà si te diera algo? ünicamente puedo darte todo lo que tengo. -lo que no da no es amor- El "ego" no da, mientras que el amor da, sin condiciones-. En nosotros brotan flores. En nosotros crecen muchos frutos. Damos sombra protectora. Danzamos con la brisa y cantamos canciones. Las aves inocentes saltan en nuestras ramas y gorjean porque no tenemos dinero. El dÃa en que empecemos a tener algo que ver con el dinero nos sentiremos desgraciados como vosotros, los seres humanos, que vais a los tempos a oÃr sermones sobre cómo obtener la paz, cómo encontrar amor. No, nosotros no tenemos dinero.
-Entonces ¿Porqué tendrÃa que ir contigo? Tengo que ir adonde haya diner. Necesito dinero -dijo el chico.
El "ego" pide dinero porque el dinero es poder, y el "ego" necesita poder.
El árbol meditó. Comrendió algo y dijo:
-Haz una cosa. coge todos mis trutos y véndelos. Asà tendrás dinero.
El chico se animó inmediatamente. Se encaramó al árbol y cogió todos los frutos; incluso arrancó los que estaban verdes. Las ramas se rompieron y las hojas se cayeron con los bruscos movimientos. El árbol se sentÃa muy feliz, desbordante de alegrÃa. Incluso al romperse es feliz el amor. pero el ego no es feliz ni siquiera al recibir bienes; el ego es siempre desgraciado.
El chico ni siquiera se volvió para darle las gracias al árbol, pero al árbol no le importó. Ya se lo habÃa agradecido cuando el chico aceptó su ofrenda de amor.
El chico tardó mucho tiempo en volver. TenÃa dinero y se dedicaba a hacer más dinero. Se habÃa olvidado del árbol. Pasaron los años El árbol estaba triste. Anhelaba el regreso del chico, como una madre. Asà era el grito del árbol. Todo su ser se morÃa de pena.
Al cabo de muchos años, el chico, ya adulto, fue a ver al árbol. El árbol dijo:
-Ven. Ven a abrazarme.
El chico, ya hombre, dijo:
-Déjate de tonterÃas. Eso eran cosas de niños.
Al ego, el amor le parece una tonterÃa, una fantasÃa infantil
-Ven a columpiarte en mis ramas. Ven a bailar conmigo -insistió el árbol.
-¡No me des la murga! Quiero construir una casa. ¿Puedes darme una casa? replicó el hombre.
-¡Una casa! Yo vivo sin casa -exclamó el árbol.
Solo los seres humanos viven en casas. Nadie más en este mundo vive en casas. ¿Y veis en qué situación se encuentra ese ser humano que posee casas? Cuanto más grandes las casas, más pequeños los seres humanos.
-Nosotros no vivimos en casas; pero puedes hacer una cosa. Corta mis ramas y llévatelas. AsÃ, a lo mejor puedes construir una casa.
Sin pérdida de tiempo, el hombre llevó una hacha y cortó todas las ramas del árbol. El árbol no era más que un tronco desnudo, pero se sentÃa muy feliz. El amor es feliz incluso si el amado arranca sus miembros. El amor es generoso; el amor siempre está dispuesto a compartir.
El hombre no se molestó ni en volverse para mirar al árbol. Construyó su casa. Y pasaron los dÃas, y los años.
El tronco esperaba sin cesar. QuerÃa llamar al hombre, pero no tenia ni ramas ni hojas que le dieran voz. Los vientos soplaban, pero el árbol no podÃa gritar. Y, sin embargo, su alma resonaba con un solo grito: "¡Ven! ¡Ven amado mÃo!".
Pasó mucho tiempo, y el hombre se hizo viejo. Un dÃa pasó junto al árbol y se detuvo. El árbol le preguntó:
-¿Qué más puedo hacer por ti? HacÃa mucho tiempo que no venÃas.
El anciano dijo:
-¿Que puedes hacer por mi? Quiero ir a tierras lejanas a ganar más dinero. Necesito una barca, para viajar.
El árbol replicó, contento:
-Corta mi tronco y haz una barca con él. Me alegrarÃa mucho ser tu barca y ayudarte a ir a tierras distantes para que ganes dinero. Pero recuerda que debes cuidarte y volver pronto. Yo estaré esperándote.
El hombre llevó una sierra, taló el tronco, construyó una barca y se marchó.
El árbol habÃa quedado reducido a un pequeño tocón. Esperaba el regreso de su amado. Esperaba, esperaba, esperaba. pero ya no le quedaba nada que ofrecer. Quizá el hombre no regresara jamás; el ego solo va a donde hay algo que ganar. El ego no va a donde no hay nada que ganar.
Una noche que estaba yo descansando junto a ese tocón, me susurró:
-Ese amigo mÃo no ha vuelto todavÃa. Estoy muy preocupado, por si se ha ahogado o se ha perdido. Puede haberse perdido en uno de esos paÃses lejanos. Incluso puede que no esté vivo. ¡Cuánto deseo recibir noticias suyas! Se acerca el final de mi vida, y me conformarÃa con tener noticias suyas. Asà morirÃa feliz. Pero no vendrÃa aunque pudiera llamarle. Ya no me queda nada para dar, y él solamente comprende el lenguaje del recibir.
El ego solo comprende el lenguaje del recibir, el amor es el lenguaje del compartir.

Psic. Elena Bouchot Gamas
Consultorio: 52-33-78-72
Celular: 55-2951-5860
E-mail: elena_bouchot@hotmail.com
Página Web: www.consultagestalt.com
Blog: http://www.gestaltconsulta.info/
Consultorios en: Col. del Valle y Col. Lindavista
México, D.F.
"Erase una vez un árbol venerable y majestuoso, con ramas que se alzaban hacial el cielo. Cuando florecÃa, llegaban mariposas de todos los colores, formas y tamaños, y revoloteaban a su alrededor. Cuando daba fruto, llegaban hasta él aves de tierras lejanas. Las ramas eran como brazos extendidos a los vientos y era maravilloso.
HabÃa un niño que iba a jugar debajo del árbol todos los dÃas, y el gran árbol se enamoró del niño. Los ancianos, los grandes, también pueden enamorarse de los pequeños, de los jóvenes, si los grandes no se obsesionan con la idea de su grandeza. El árbol no tenÃa esa idea de ser grande -sólo los seres humanos la tienen- y se enamoró del niño. El "ego" siempre intenta enamorarse de lo que es más grande que él; pero para el amor nadie es grande ni pequeño. El amor acoge ensus brazos a quienquiera que esté cerca.
El árbol empezó a amar al niño que iba a jugar debajo de él. TenÃa las ramas altas, pero las doblaba y las bajaba para que el niño pudiera coger los frutos. El amor siempre está dispuesto a inclinarse. Si te aproximas al "ego", se estirará hacia arriba aún más, se tensará de tal modo que no puedas alcanzarlo. Se considera pequeño a quien es alcanzable. Al inalcanzable, al que ocupa el trono del poder, se le considera grande.
El niño se acercaba a jugar y el árbol doblaba sus ramas. Cuando el niño cogÃa unos frutos, el árbol se sentÃa inmensamente felÃz y todo su ser se llenaba del júbilo del amor. El amor es feliz cuando puede dar algo; el "ego" es feliz cuando puede tomar algo.
El niño creció. A veces dormÃa en el regazo del árbol, comÃa de sus frutos, y otras veces se ponÃa una guirnalda hecha con las flores del árbol y actuaba como un rey de la junga. Una persona es como u rey cuando existen las flores del amor, pero se empobrece y entristece cuando lo que está presente son las espinas del "ego". El ver al chico con una guirnalda de flores, bailando, inundaba de alegrÃa al árbol. AsentÃa, colmado de amor, y cantaba en medio de la brisa. El chico siguió creciendo. Empezó a encaramarse al árbol para columpiarse en sus ramas. El árbol se sentÃa muy feliz cuando el chico se sentaba en sus ramas. El amor es feliz cuando proporciona comodidad y consuelo a alguien; el "ego" solo es feliz cuando arrebata la comodidad y el consuelo de alguien.
Con el paso del tiempo, al chico le sobrevino la carga de otros deberes. Surgieron las ambiciones, tenÃa que presentarse a exámenes, tenÃa que hacer amigos, y dejó de ir todos los dÃas junto al árbol. Pero el árbol le esperaba ansiosamente. Le llamaba desde las profundidades de su alma: "Ven. Ven. Estoy esperándote". El amor siempre espera la llegada del amado. El amor solo tiene una tristeza: no poder compartir. El amor es triste cuando no puede dar. El amor es feliz cuando puede compartir. Y su felicidad llega al culmen cuando puede darlo todo.
El chico siguió haciéndose mayor y cada vez iba con menos frecuencia junto al árbol. Cualquiera que se hace más grande en el mundo de las ambiciones encuentra cada dÃa menos tiempo para el amor. El chico se habÃa hecho ambicioso y estaba atrapado en asuntos mundanos: "¿Un árbol? ¿Qué árbol? ¿Por qué tendrÃa que ir a verlo?".
Un dÃa que pasaba por allÃ, el árbol le gritó:
- ¡Escúcha! -Su voz resonó en el aire- . ¡Escúchame! Estoy esperándote, pero no vienes. Te espero todos los dÃas.
El chico replicó:
-¿Qué tienes tú para que acuda a ti? Lo que yo busco es dinero. -El "ego" siempre busca algo-. ¿Qué tienes que ofrecerme para que acuda a ti? IrÃa si tuvieras algo que ofrecerme. en otro caso, no peo para qé deberÃa hacerlo.
El "ego" siempre tiene un motivo, un objetivo. El amor no tiene motivos ni objetivos. El amor es su propia recompensa.
Sobresaltado, el árbol dijo:
-¿Solo vendrÃas a mà si te diera algo? ünicamente puedo darte todo lo que tengo. -lo que no da no es amor- El "ego" no da, mientras que el amor da, sin condiciones-. En nosotros brotan flores. En nosotros crecen muchos frutos. Damos sombra protectora. Danzamos con la brisa y cantamos canciones. Las aves inocentes saltan en nuestras ramas y gorjean porque no tenemos dinero. El dÃa en que empecemos a tener algo que ver con el dinero nos sentiremos desgraciados como vosotros, los seres humanos, que vais a los tempos a oÃr sermones sobre cómo obtener la paz, cómo encontrar amor. No, nosotros no tenemos dinero.
-Entonces ¿Porqué tendrÃa que ir contigo? Tengo que ir adonde haya diner. Necesito dinero -dijo el chico.
El "ego" pide dinero porque el dinero es poder, y el "ego" necesita poder.
El árbol meditó. Comrendió algo y dijo:
-Haz una cosa. coge todos mis trutos y véndelos. Asà tendrás dinero.
El chico se animó inmediatamente. Se encaramó al árbol y cogió todos los frutos; incluso arrancó los que estaban verdes. Las ramas se rompieron y las hojas se cayeron con los bruscos movimientos. El árbol se sentÃa muy feliz, desbordante de alegrÃa. Incluso al romperse es feliz el amor. pero el ego no es feliz ni siquiera al recibir bienes; el ego es siempre desgraciado.
El chico ni siquiera se volvió para darle las gracias al árbol, pero al árbol no le importó. Ya se lo habÃa agradecido cuando el chico aceptó su ofrenda de amor.
El chico tardó mucho tiempo en volver. TenÃa dinero y se dedicaba a hacer más dinero. Se habÃa olvidado del árbol. Pasaron los años El árbol estaba triste. Anhelaba el regreso del chico, como una madre. Asà era el grito del árbol. Todo su ser se morÃa de pena.
Al cabo de muchos años, el chico, ya adulto, fue a ver al árbol. El árbol dijo:
-Ven. Ven a abrazarme.
El chico, ya hombre, dijo:
-Déjate de tonterÃas. Eso eran cosas de niños.
Al ego, el amor le parece una tonterÃa, una fantasÃa infantil
-Ven a columpiarte en mis ramas. Ven a bailar conmigo -insistió el árbol.
-¡No me des la murga! Quiero construir una casa. ¿Puedes darme una casa? replicó el hombre.
-¡Una casa! Yo vivo sin casa -exclamó el árbol.
Solo los seres humanos viven en casas. Nadie más en este mundo vive en casas. ¿Y veis en qué situación se encuentra ese ser humano que posee casas? Cuanto más grandes las casas, más pequeños los seres humanos.
-Nosotros no vivimos en casas; pero puedes hacer una cosa. Corta mis ramas y llévatelas. AsÃ, a lo mejor puedes construir una casa.
Sin pérdida de tiempo, el hombre llevó una hacha y cortó todas las ramas del árbol. El árbol no era más que un tronco desnudo, pero se sentÃa muy feliz. El amor es feliz incluso si el amado arranca sus miembros. El amor es generoso; el amor siempre está dispuesto a compartir.
El hombre no se molestó ni en volverse para mirar al árbol. Construyó su casa. Y pasaron los dÃas, y los años.
El tronco esperaba sin cesar. QuerÃa llamar al hombre, pero no tenia ni ramas ni hojas que le dieran voz. Los vientos soplaban, pero el árbol no podÃa gritar. Y, sin embargo, su alma resonaba con un solo grito: "¡Ven! ¡Ven amado mÃo!".
Pasó mucho tiempo, y el hombre se hizo viejo. Un dÃa pasó junto al árbol y se detuvo. El árbol le preguntó:
-¿Qué más puedo hacer por ti? HacÃa mucho tiempo que no venÃas.
El anciano dijo:
-¿Que puedes hacer por mi? Quiero ir a tierras lejanas a ganar más dinero. Necesito una barca, para viajar.
El árbol replicó, contento:
-Corta mi tronco y haz una barca con él. Me alegrarÃa mucho ser tu barca y ayudarte a ir a tierras distantes para que ganes dinero. Pero recuerda que debes cuidarte y volver pronto. Yo estaré esperándote.
El hombre llevó una sierra, taló el tronco, construyó una barca y se marchó.
El árbol habÃa quedado reducido a un pequeño tocón. Esperaba el regreso de su amado. Esperaba, esperaba, esperaba. pero ya no le quedaba nada que ofrecer. Quizá el hombre no regresara jamás; el ego solo va a donde hay algo que ganar. El ego no va a donde no hay nada que ganar.
Una noche que estaba yo descansando junto a ese tocón, me susurró:
-Ese amigo mÃo no ha vuelto todavÃa. Estoy muy preocupado, por si se ha ahogado o se ha perdido. Puede haberse perdido en uno de esos paÃses lejanos. Incluso puede que no esté vivo. ¡Cuánto deseo recibir noticias suyas! Se acerca el final de mi vida, y me conformarÃa con tener noticias suyas. Asà morirÃa feliz. Pero no vendrÃa aunque pudiera llamarle. Ya no me queda nada para dar, y él solamente comprende el lenguaje del recibir.
El ego solo comprende el lenguaje del recibir, el amor es el lenguaje del compartir.
FIN
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